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Parece irónica la vida cuando nos da varias opciones entre las que elegir. Curiosidad ante la que mi cabeza parece no aguantar, qué debo, qué debería. Cuestiones y más cuestiones, intrigas e incertidumbres. La vida es así, dicen los escritos. Me canso de ser, de intentar no usar tópicos, cuando hacemos que cada día la vida entera lo sea. Estereotipamos hasta la forma de mover las manos, cómo debes ser, qué debes decir. Siempre lo mismo.

Me pregunto si para cada paso que quiera dar tengo que hacerme una pregunta, y me doy cuenta que incluso ahora mismo estoy preguntando, es irónica en verdad, y traicionera. No existe un solo momento en mi transcurrir de hechos en que no me haga preguntarme cuál, cómo, qué y por qué…

Vas a ser escritor, y serás una persona con don de palabra, tendrás miles de historias por contar.

Seré sincero, odio, odio esta sensación de hacer lo que debo, odio intentar cumplir con la idea que se tiene de cómo debería vivir, o escribir.

Hemos vivido siempre con los ojos de los demás pero ¿tiene sentido?, si todos están pendientes de lo que opinan sobre ellos los demás, entonces verdaderamente nadie se ocupa de pensar en otra persona.

Cansado de opinar, y de ser el punto de mira. Olvidando el instante en que pareció que comencé a ser yo mismo. Dando un paso dentro de este confuso caos mental.

 Cuando has pasado una infancia feliz y de mayor deseas ser escritor, temes no tener nada que decir, y a veces incluso lo parece. Pero no necesariamente tienes que permanecer callado. Todo tu cuerpo tiene marcas de haber sufrido, aunque a veces inconscientemente y otras tan fuertemente de frente que es imposible retirar el dolor a base de reflejos.

Nunca una historia es completa sin lugares de ensueño y prados de recuerdos sombríos. Sin el momento romántico y el sin fin de pensamientos que a su protagonista intimidan. Cuantas historias he leído, pero no muchas parecidas a mi infancia feliz. No se si esto es una señal para no ser escritor. Pienso, y sin embargo mi intención sigue siendo la misma.

–          Deja de gritarme, te he dicho que no quiero cambiar de opinión. Si dicen que querer es poder, porqué yo no puedo hacerlo, porqué no puedo quererlo, no entiendo esa manía de tirar del cordón umbilical. Estoy harto de esa fuerza de atracción maternal hacia lo que quieres que sea mi vida. Ya no se como decirte que no me apetece hacer lo que todos esperan que haga. Ya no.

Bueno a pesar de tener tan solo veinte años, creo haber vivido ya cuarenta, pero ya se sabe que no es así, mi cabecita esta tan loca y perdida que no es capaz de razonar con aquel que si que ha vivido los cuarenta años.

Mi cabeza parece un cuento escrito para niños, donde duendes en un bosque recogen frutos que han caído de los arboles, y hadas que esperan a reír si alguno rebasa la línea de la realidad y golpea sus cabezas. Es divertido ver el bien y el mal. Es indefinido poder encontrar la diferencia. Duendes que en la juventud y en la inexperiencia se pelan por un fruto color carmesí. Mientras la cordura disfrazada de seta tiene un golpe de tos, al ver tan ridículo espectáculo.

–          Crees en verdad que sabes lo que deseas. Yo llevo toda la vida sufriendo por intentar saberlo, has de ser todo sabiduría, ¿no crees hijo? ¿Por qué es cierto que los jóvenes no escuchan? Yo también estoy un poco harta.

Bueno quería dar una pequeña aclaración, yo no odio a mi madre, y si es verdad que suelo discutir con ella, con bastante frecuencia, y no es que ella no quiera que yo sea escritor, sólo intenta protegerme, sabe que quizás no tenga nada que decir, o que todo lo que diga no sea bien aceptado, pero ¿no es eso ser escritor?

–          Mamá, voy a dar una vuelta. ¿Vale?

–          Claro.

Y sentado en una biblioteca, me limito a intentar escribir:

Veo sombras que acechan a mi pesar, intentan capturar lo que parece permanecer constante. A pesar de encender las luces y cerrar mis ojos, las veo, sin cara, y con cuerpos deformes y sinuosos. Oscilan ante mí, intentan penetrar en mi pecho, son espíritus malignos ¿quizás? Son masas del infierno que vienen a castigarme por todo el mal de mi estirpe. Decido irme de este apartamento que parece hacerse cada vez más pequeño.

La calle a pesar de fría me parece de lo más apacible, supongo que estar rodeado de miles de personas me tranquiliza, puede que tropiece con una bolsa de plástico y que al caer alguien me sujete con tanta fuerza que desprenda ese halo de soledad que me perturba. Pero después de haber leído que en estos casos nadie suele acudir a socorrerte, por el famoso hecho de la evasión de la responsabilidad, me aseguré de no dar un mal paso. Me sujete a barandillas y a paredes con posters rugosos y casi caídos que se hallaban pegados desde hace meses.

El trabajo aunque a veces agobiante en este caso era necesario, estar ocupado el mayor tiempo posible. Pero ¿por qué tengo que vivir tan asustado? ¿De qué estoy tan asustado?

Tengo una necesidad y aplazo el trabajo para ir tomarme un café y relajarme, termino por ir a los odiados, por su escasa higiene, aseos. Me dispongo a saciar mi sed enferma de calma. Y siento como esa voz resurge del ecuador de mi cuerpo, y se libera hacia todas las partes de mí  dejando ciegos mis ojos ante esa conocida oscuridad.

Una llamada me desvela, sacándome de un entramado que nunca llegará a ser un best seller.

–          Sí, diga- dejo de escribir por un instante- ¿qué? No. No es cierto, déjate de bromas.- después de varios minutos de asfixiante silencio- de acuerdo donde tengo que ir. Vale. Gracias. Allí nos vemos.

Hoy recibí la peor llamada de mi vida, mi mejor amiga se había desvanecido de este mundo. En ese momento mi cabeza pareció explotar, y no conseguía escuchar lo que antes parecía un tornado de vida rompiendo con palabras mi angustia infantil.

 

 

 

 

 

Un saludito…